Cerré los ojos y soñé,
Desperté con una sonrisa de humo
Tan somnolienta como fantasiosa, y
Sonreí con fuerza al recordar tu caricia por
Mi espalda y el pasear de tus dedos
Entre mi pelo enredado.
Al licor de la brisa le guiñé un ojo,
Y volví a dormir a ver si allí te encontrabas,
Allí donde tropecé contigo la primera vez...
En esa isla imaginaria, La isla de desierta del
Mundo (tiene su precio encontrarla), es el
País de Nunca Jamás de los soñadores
Poetas, y, a
La vez, nuestro refugio cuando la realidad
Ruge afuera hambrienta de nuestras
Lágrimas.
Mi sonrisa es de humo porque se esfuma. Cuando te miro sonrío con fuerza pero sé que ese momento es efímero. Eres parte de mí, sangre de mi sangre, fruto del deseo y el amor verdadero. Soñé que en algún lugar desierto del mundo, alejados de su crueldad e intolerancia, había un huequecito para los dos, para hacer eternas las caricias de tu infancia. Allí no había rumores de gente pobre que insultaran al indefenso, al diferente, al débil. Solo sería un lugar para soñar donde no pasara el tiempo, donde nuestras mañanas preciosas en la cama duraran más que su recuerdo. Con tus pequeñas manos me buscabas, me acariciabas el cabello, lo acercabas a tu cara hasta que el sueño te rendía. Te encontrabas seguro, nos encontrábamos seguros allí, en LA ISLA DESIERTA DEL MUNDO. En ese lugar te arrullaba, te alimentaba a través de mis senos, te cantaba y no paraba de hablarte en poesía parte de lo que significas para mí, porque es tanto lo que ocupas que me es imposible expresártelo en su totalidad (sigo intentándolo cada día).
Aún te abrazo como entonces y tú me hueles el cabello y lo tocas con tus manos pero hay una diferencia que me duele y me arranca el alma a trozos y es que has sufrido la crueldad de las personas y que nuestro lugar quedó encerrado en este poema.
Escribo esto porque es importante que sepas que lo único malo de ser distinto es la discriminación e intolerancia por unos cuantos borregos.
A mi hijo, el gran hombre de mi vida.